No es de minas

Que nos menosprecien cuando hablamos de temas que se supone “no entendemos” por tener vagina, que nuestras ideas y aportes sean infra valoradas en el trabajo porque no son expresadas por una persona con pene,  que nos traten como niñas pequeñas a las hay que explicarles cómo se enrosca una lámpara, aunque tengamos 40 años, por el hecho de ser mujeres. Que nos maltraten en las universidades cuando no elegimos carreras “para mujeres”, que nos maltraten en las residencias médicas y que los lugares de poder en la medicina los ocupen los varones, que nos subestimen cuando vamos a comprar algo que los vendedores creen que debería ser comprado por un hombre. Que no nos miren cuando hablamos, que nuestra palabra no tenga valor, que nuestras familias nos traten como si valiéramos menos que nuestros hermanos por el solo hecho de nuestra genitalidad. Que en los trabajos no podamos expresarnos. Que si lo que decimos lo dice un varón, es genial y si lo decimos nosotras no es escuchado. Que si nos quejamos por esto somos “minitas hinchapelotas”

Todo eso, y mucho más forma parte de nuestra experiencia vital desde niñas. Desde el jardín de infantes nos dirán cuales juegos son para nosotras y cuáles no. Por el mismo motivo por el que nos hicieron perforaciones en las orejas cuando nacimos sin preguntarnos si queríamos o no, y nos vistieron de rosa y nos regalaron ollitas, bebitos y pinturitas.  Simplemente porque nacimos con vulva y porque es indispensable para la subsistencia del capitalismo y el patriarcado que nos convenzamos y nos convenzan de que nuestro lugar es la casita, y dentro de la casita la cocinita, que lo mejor que podemos hacer es ocuparnos de estar “presentables”, como si fuéramos un pedazo de carne que debemos modelar a gusto del mercado. Que lo más importante que podemos hacer con nuestra vida es atravesar un parto y criar un hijo.  Es indispensable que nos convenzan de todo eso,  porque así hacemos gratis y calladitas la boca ese trabajo que encima nos dicen que no es trabajo, que es amor, cariño y contención, que es algo que nos nace de lo más profundo del corazón; el amor por limpiar un hinodoro o un culo por ejemplo. Ese trabajo sin el cual el otro, ese que se hace afuera de las casas, y que es pago, no podría existir. Necesitan convencernos de eso y de que hay ámbitos del mundo que no nos competen, porque no es de mujeres la comprensión de lo complejo, de nada de lo que sucede fuera de hogar, y el cuidado. Nos dicen que todo lo interesante, importante, trascendente es de la órbita de lo masculino, nosotras no podemos más que mirar y admirar, a lo sumo servir de trampolín. Y nos lo enseñan nuestros padres y madres, nuestras maestras, las novelas que leemos, las series y las películas que miramos, las leyes que nos rigen  y todo lo que nos rodea va a ser un bombardeo constante de eso.

Y si a pesar de todo, nos salimos de ese lugarcito pequeño, ínfimo, opresivo, que se parece más a una celda que a cualquier otra cosa, eso que dicen que es la feminidad, ese modelo que no nos permite desplegar nada que no sea sumisión y beneplácito a las opresiones, entonces nos vamos a encontrar con un ejército de pares, varones y mujeres y con el sistema social en todas sus formas y expresiones disponiendo de todos los recursos a su alcance para que no nos pasemos de la raya. Estos recursos son infinitos, desde miraditas condescendientes de varones y mujeres cuando queremos hacer algo que no se nos adjudica por la genitalidad, hasta ser bulleadas en espacios educativos y laborales, dejar carreras que no se espera que estudiemos o ser despedidas de los trabajos cuando exigimos lo que nos corresponde o queda a la vista que podemos. 

El mensaje siempre es  ¿Qué te crees? ¿Qué porque trabajes vas a poder ascender? ¿Qué porque podés comprarte un auto vas a usarlo como si tuvieras el derecho? ¿Crees qué porque nos hayan reconocido el derecho a estudiar vas a ser considerada una igual a él, a ese varón a cuya medida ha sido pensado todo? ¿Pensás, que porque haya leyes que dicen que a igual remuneración igual trabajo te van a pagar lo mismo que a un pibe que hace el mismo trabajo que vos? No. Ni lo sueñes, eso nos dicen los gestos y las acciones.

 

Nada de creerte que podés, que podés todo o cualquier cosa, que el mundo puede ser tuyo, que no hay límites para tu deseo, que la tecnología es para vos, que la música también, que el fútbol o la ingeniería pueden ser espacios habitables por personas con vagina, que si querés ser mecánica podés, electricista o albañila también, que si querés ser rockera, hablar de fútbol, saber cambiar una rueda u opinar de economía, nadie te va a interrumpir ni te va a explicar lo que estás explicando. No eso no va a pasar. Lo vivimos todas, miles de experiencias de este.

¿Qué pasa con todas estas experiencias? ¿Cuál es la consecuencia de hacernos sentir invisibles, desautorizadas, incapaces de hacer esto o aquello, de pensar, de crear, de saber, coordinar, gestionar, o lo que no sea pintarnos las uñas, cambiar pañales y hacer un bizcochuelo? ¿Cómo operan en la construcción de nuestra identidad estas violencias constantes y sutiles? ¿Cómo modelan nuestro cuerpo y nuestra gestualidad? ¿Cómo inciden en la experiencia de habitarnos y de experimentar el mundo? ¿Es lo mismo crecer sintiendo que lo que nos interesa no es para nosotras, que no podemos, que a nadie le interesa lo que tengamos para decir? ¿Cómo operan en nosotras estos gestos, palabras, comentarios que dicen que reconocernos mujeres nos ubica en un escalón más bajo;  que todo lo que hacemos tiene un valor y una jerarquía menor? 

Opera. Mucho, porque eso que para quienes tienen pene es normal a nosotras nos va a demandar más esfuerzo, más coraje, exponernos a ser disciplinadas cada vez que abrimos la boca hasta que aprendemos a quedarnos calladas, como contaba una compañera en su testimonio. Y si quienes nos lo dicen son personas que además nos quieren, peor, porque nos vamos a esforzar por encajar. No es gratis para nosotras individual ni colectivamente. Es una violencia silenciosa que se inscribe en nosotras, en nuestros cuerpos y en nuestra psiquis, que nos genera stress, frustración y angustia como respuestas naturales ante la opresión, y entonces nos convencen o nos quieren convencer que el problema somos nosotras que somos unas “hincha pelotas”, “rompe huevos”, “pesadas” “neuróticas”, “histéricas”, “depresivas” ¿Qué más?

No lo somos, simplemente queremos existir, ocupar nuestros lugares, ejercer nuestros derechos que se ven vulnerados cada vez que a alguien se le ocurre decir algo de todo esto que las compañeras compartieron. Todas las veces que nos dicen con el gesto o la palabra que algo no es para nosotras, que no sabemos, cada vez que nos subestiman e infantilizan.

Le dicen mansplaining, y suena hasta simpático, pero no lo es, es violencia, es cortarnos las alas, enmudecer nuestras voces, atar nuestras manos y domesticarnos, para que sigamos calladitas porque así “nos vemos más bonitas”. 

Deja un comentario

Carrito de compra
Abrir chat
💬 ¿Necesitás ayuda?
Hola 👋🏻 Estamos disponibles para ayudarte!